LEONOR LÓPEZ DE CASTRO

Foto de la lápida de Leonor López de Castro

También conocida como Leonor López de Córdoba. Son célebres sus “Memorias” (1402), uno de los primeros documentos autobiográficos de la literatura castellana, en la que cuenta su desgraciada vida y su lucha por recuperar posición y riqueza. 

Es uno de los más antiguos escritos femeninos; se le llamaba “Testamento de doña Leonor López de Córdoba”, con él inicia un género histórico autobiográfico muy distinto de la crónica oficial. El estilo es sencillo y directo y no excesivamente cuidado. 

Fundó un gran mayorazgo en 1423, con varios cortijos fuera de Córdoba: el cortijo de Teba y las dos Huertas de la Reina. Su marido, de apellido Hinestrosa, fue miembro de la alta nobleza castellana partidaria del rey Pedro I el Cruel. 

Ella fue valida o privada de la reina de Castilla, Catalina de Lancaster (1406-1412). En la “Crónica de don Juan” de Alvar García de Santa María se habla de ella con grandes elogios y se pondera lo mucho que la consideraba la reina: “que cosa del mundo no fazía sin su consejo”. Nuevamente cae en desgracia, pues por esa influencia en la corte se empieza a intrigar en palacio hasta que la reina desconfía de ella hasta la saciedad “que hombre del mundo no quería que se la nombrase”. 

En muchos cronistas aparece como una mujer de gran capacidad, así por ejemplo en “Historia general de Córdoba” de Andrés de Morales (1620) se puede leer: “mujer de tal entendimiento, astucia y singular labia que muchas cosas decretadas por el infante y la reina hacía que se revocasen y se hiciese lo que ella pretendía. Gobernaba ella sola a Castilla” 

Sus memorias las data la autora entre 1401 y 1406. En ellas da cuenta de su amor y fidelidad a su padre, el maestre de Calatrava: Martín López, cuya ejecución en Sevilla por haber defendido al rey Pedro I ella había presenciado siendo muy niña. Su madre muere al poco tiempo y queda huérfana con poca edad. Ella y su familia estarán presos en Sevilla un gran periodo de tiempo (9 años), donde a causa de la peste mueren sus cuñados y su hermano; a pesar de que su madre doña Sancha Carrillo era sobrina de Alfonso XI, también son confiscados todos sus bienes.

Dotada de una inagotable caridad, estando en Aguilar donde huye de la peste de Córdoba, cuida a un moro (en otras fuentes un judío) que viene de Écija (“con dos cánceres en la garganta y tres carbundos en el rostro”); lo hospeda en casa y a falta de otra persona hizo que su hijo Juan de 12 años lo acompañara, éste se contagia y muere. Son expulsados de Aguilar y regresan a Córdoba. 

Y así describe la escena del entierro de su hijo: 

“ y cuando lo llevaban a enterrar fui yo con él, y cuando iba por la calle con mi hijo muerto las gentes salían dando alaridos, amancilladas de mí, y con gritos que los cielos traspasaban decían: salid señores y veréis la más desventurada, desamparada y más maldita mujer del mundo.” 

Tampoco su tía quiere saber nada de ella tras los sucedido. 

Tras la muerte de su hijo, se aleja de la vida social y empieza a escribir sus “Memorias” hasta que sobre 1407 es solicitada por la reina (viuda de Enrique III), para que fuera su consejera, valida y camarera mayor. La madre de la reina había sido madrina de Leonor. 

Su presencia cerca de la corona no fue bien vista por sus contemporáneos, y Fernán Pérez de Guzmán llega a escribir lo siguiente: 

“confusión y vergüenza para Castilla que los grandes, prelados y caballeros, cuyos antecesores pusieron freno con buena y justa osadía a sus desordenadas voluntades por provecho del reino…. se sometan ahora a la voluntad de una liviana y pobre mujer” ; tras ser expulsada de la corte en 1412 vuelve a Córdoba y se aparta de la vida pública, allí continúa sus “Memorias” (termina con la muerte de su hijo Juan). Son unos nueve folios, donde la autora cuenta los acontecimientos que marcaron los primeros cuarenta años de su vida. 

Una vez puestos en libertad, ella tiene 18 años y marchan a Córdoba donde viven de la caridad de su tía doña María y siendo menospreciados por los caballeros de la ciudad. En esto Leonor tiene un sueño: “vi, (dice ella), en la pared de los corrales de San Hipólito vi un arco muy grande e muy alto, e que entraba yo por allí e cogía flores de la tierra, e veía muy grande cielo”. Fue un poco profético; poco después los clérigos de San Hipólito le concedían el corral donde vio el arco, a condición de fundar una capellanía por Alfonso XI. Allí dice “con la ayuda de la señora mi tía y de la labor de mis manos, hice en aquel corral dos palacios y una hortezuela, e otras dos o tres casas”.

Siempre actúa en primera persona y con libertad, así por ejemplo, adopta a un niño huérfano de la Judería, a pesar del escándalo que supuso en su ambiente familiar. Su marido apenas sale en sus Memorias, debe vivir con ella en las casas junto a la iglesia de San Hipólito, que tanto esfuerzo le cuesta obtener tras salir de su prisión en Sevilla. 

Siente predilección por su hija Leonor López de Hinestrosa y le deja un mayorazgo (algo nada frecuente en su época) y otro a su otro hijo. Su hijo se rebeló contra la autoridad de su madre, y en cuanto ella muere, su hermana le cede todas sus propiedades. 

Muere a los 75 años de edad y yace en la capilla del convento de San Pablo (junto a su padre), donde aún se conserva una inscripción que la recuerda. 

En este convento se descubre el pergamino de su obra en 1733. Así, Ramírez de Arellano en “Paseos por Córdoba “dice que él tomó estos apuntes en un memorial manuscrito por doña Leonor que estaba en el convento de San Pablo”. 

Hoy se conservan sólo tres copias del siglo XVIII, una de ellas está en el archivo del Palacio de Viana (Córdoba), otra en la Biblioteca Colombina de Sevilla y la última en la Biblioteca dela Real Academia de la Historia en Madrid.

Se publica por primera vez en la revista literaria de Sevilla “El Ateneo” en 1875, a cargo de don José Mª Montoto. 

Siempre eligió la práctica de la paz, aunque pudo defender sus derechos. Una práctica civilizadora más propia de la historia de las mujeres que de la historia de los hombres, como manifestó en su obra. 

Según José Luis Sánchez Lora en “Mujeres en la historia” reconoce la originalidad de las memorias porque es uno de los primeros testimonios de exaltación del yo, de un yo personal, a la manera moderna, que busca la complicidad del lector y lo emociona con un lenguaje directo en primera persona. 

Y ella consigue lo que pretende: “dicto mis memorias para que la verdadera historia de mi vida permanezca en el recuerdo de quienes leyeran el relato”

Hoy se celebra un premio literario en su nombre, este galardón lo fundó y organiza la Asociación Cultural Andrómina y ha conseguido un gran prestigio dentro y fuera del país.